martes, 23 de noviembre de 2010

La voz.



Todavía recuerdas el día que la oíste por primera vez. Era como un susurro, grave, claro, conciso, esa voz en tu cabeza te sugería cosas que te negabas a querer comprender.


No vacilaba ni escuchaba tus excusas, simplemente te ordenaba, y algo te impulsaba a obedecer.


Aquella mañana hacía frío y no fuiste a trabajar. Estabas en la esquina de aquella calle, sin comprender el motivo exactamente, el cuchillo en tu bolsillo amenazaba con herirte si no te andabas con cuidado.


Cuando lo viste pasar, lo seguiste con discreción, a un ritmo que no te hiciera parecer sospechoso. El corazón bombeaba sangre a un ritmo frenético y sentías un calor que nada tenía que ver con la temperatura exterior.


Su paso era firme y rápido, te costaba seguirle. Dobló una esquina y casi lo pierdes en la multitud, ¿ por qué estabas haciendo todo aquello ?


Él miraba los escaparate con prisa, mientras, no variaba el paso, no sospechaba lo que se le avecinaba. Al llegar a aquel callejón viste que era tu oportunidad, la voz en tu interior te dictaba las ordenes con precisión, no había lugar para las dudas en este instante.


Aprovechando la soledad de aquel lugar, la voz te gritó -Corre, ahora !! -y echaste a correr con el cuchillo en la mano y una mirada perdida, ¿ donde estaba tu voluntad ?


Él oyó los pasos y se giró, pero ya era tarde, la muerte se le acercó por la espalda y le trazó una sonrisa en el cuello, la sangre comenzó a fluir. Su mirada se clavó en tus ojos, la incomprensión se dibujó en su rostro y la sangre brotaba mientras caía de rodillas.


Aquella fue la última vez que la oíste, te abandonó tal y como vino un día, de repente.


La soledad te fue impuesta, y los años que pasaste en cautiverio no encontraron sentido a tus actos. Mil veces intentaste recordar aquellos susurros, aquella voz rota que nacía de tu interior, para convertirte en un asesino.


Nunca supiste que aquel al que mataste estaba destinado a terminar con la vida de muchos miles.

Nunca supiste que sin saberlo libraste a mucha gente de un dolor de por vida.

Nunca supiste, quien guió tus pasos.


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